Un paso por vez, me dije a mí misma cuando comencé a descender al ritmo lento de la marcha. No levanté los ojos hasta que vi mis pies a salvo en el piso de abajo, aunque pude escuchar los murmullos y el susurro de la audiencia cuando aparecí a la vista de todos. La sangre se me subió a las mejillas con el sonido; claro que todo el mundo cuenta siempre con la ruborosa novia.
Tan pronto como mis pies pasaron las traicioneras escaleras le busqué con la mirada. Durante un segundo escaso, me distrajo la profusión de flores blancas que colgaban en guirnaldas desde cualquier cosa que hubiera en la habitación que no estuviera viva, pendiendo en largas líneas de vaporosos lazos, pero arranqué los ojos del dosel en forma de enramada y busqué a través de las filas de sillas envueltas en raso, ruborizándome más profundamente mientras caía en la cuenta de aquella multitud de rostros, todos pendientes de mí. Hasta que le encontré al final del todo, de pie, delante de un arco rebosante de más flores y más lazos.
Apenas era consciente de que estuviera Carlisle a su lado y el padre de Angela detrás de los dos. No veía a mi madre donde debía de estar sentada, en la fila delantera, ni a mi nueva familia ni a ninguno de los invitados. Todos ellos tendrían que esperar.
Ahora sólo podía distinguir el rostro de Edward, que llenó mi visión e inundó mi mente. Sus ojos brillaban como la mantequilla derretida, en todo su esplendor dorado, y su rostro perfecto parecía casi severo con la profundidad de la emoción. Y entonces, cuando su mirada se encontró con la mía, turbada, rompió en una sonrisa de júbilo que quitaba el aliento.
(…)
En ese momento, cuando el sacerdote recitó esta parte, mi mundo, que había estado boca abajo durante tanto tiempo, pareció estabilizarse en la posición correcta. Comprendí qué tonta había sido temiendo este momento, como si fuera un regalo de cumpleaños que no deseaba o una exhibición embarazosa como la del baile de promoción.
Miré a los ojos brillantes, triunfantes de Edward y supe que yo también había ganado, porque nada importaba salvo que me quedaría con él.
No me di cuenta de que estaba llorando hasta que llegó el momento de las palabras que nos unirían para siempre.
—Sí, quiero —me las arreglé para pronunciar con voz ahogada, en un susurro casi ininteligible, pestañeando para aclararme los ojos de modo que pudiera verle el semblante.
Cuando llegó su turno las palabras sonaron claras y victoriosas.
—Sí, quiero —juró.
El señor Weber nos declaró marido y mujer, y entonces las manos de Edward se alzaron para acunar mi rostro cuidadosamente, como si fuera tan delicada como los pétalos blancos que se balanceaban sobre nuestras cabezas.
Intenté comprender, a través de la película de lágrimas que me cegaba, el hecho surrealista de que esa persona asombrosa fuera mía. Sus ojos dorados también parecían llenos de lágrimas, a pesar de que eso era imposible. Inclinó su cabeza hacia la mía y yo me alcé sobre las puntas de los pies arrojando mis brazos, con el ramo y todo, alrededor de su cuello.
Me besó con ternura, con adoración y yo olvidé a la gente, el lugar, el momento y la razón…
recordando sólo que él me amaba, que me quería y que yo era suya.
(Amanecer, Capítulo ‘El gran día’)
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Cinco años hace de eso… de ese lindo momento que Bella se une a Edward por la eternidad, y hoy lo recordamos con mucha emoción y felicidad.
Son pocas las personas que entienden lo importante que es para nosotras Edward y Bella… el sentimiento que uno tiene hacia ellos es demasiado intenso, y solo una fan podría entienderlo.
Robsten Chile lo recuerda y agradece a Stephenie Meyer por haber creado esta hermosa historia de amor.
Y nosotras damos gracias también a Catherine Hardwicke por haber escogido a Robert y Kristen para interpretar a Edward y Bella…
Ahora solo nos queda esperar 96 días más y ver la hermosa película que tanto hemos estado esperamos!
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